Buenas tardes a todos:
Nos hallamos al comienzo de la semana más importante del año: la Semana Santa y nos hemos reunido aquí, en la iglesia, el setor cura párroco, don Antonio; la Hermandad de la Soledad, con su Prioste; el señor Alcalde de Yunquera y corporación municipal; la Hermandad de la Dolorosa y su presidenta; la banda de música y todos vecinos y amigos de Yunquera, que estamos aquí porque queremos vivir la Semana Santa cristiana y fervorosamente.
En primer lugar quiero expresar mi gratitud por haber sido honrada con el encargo de pregonar la Semana Santa de mi pueblo, en este año 2011. El pregonero es la persona en quien delega la Hermandad, para hacer el llamamiento final que nos ponga en marcha hacia el acompañamiento del Señor y de una manera muy especial este año, en que la Semana Santa de Yunquera, y concretamente la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo, ha sido declarada de interés turístico provincial.
Cada año en estas fechas, evocamos la fe de todas aquellas personas, que a lo largo de los tiempos han sido los encargados de formar una Hermandad con fines piadosos y caritativos, la de la Soledad, y que hoy nosotros tenemos la obligación y el deber de continuar con su legado, en primer lugar, recordando piadosamente la pasión, muerte y resurrección del Señor y los dolores y angustias de su Santísima Madre, y en segundo lugar, ayudando y haciendo el bien a lo largo del año a nuestros Hermanos y demás personas necesitadas.
Estos fines nos han sido transmitidos a lo largo de los siglos, recibiendo para mi un impulso especial a partir de 1994, año en el que me incorporé a la hermandad. Vienen a mi memoria recuerdos de mi infancia, cuando mi madre, la mañana del Viernes Santo, nos levantaba temprano a mis hermanos y a mi, para formar parte del Viacrucis de la Juventud. Viacrucis que por aquellos años finalizaba en la peña la mira con la colocación de una cruz de madera en todo lo alto. Sin lugar a dudas fueron mis primeras vivencias en la fe cristiana. Quiera el Señor que este pregón sea también expresión y continuación de aquella temprana fe.
Hoy, Domingo de Ramos, nos disponemos a celebrar la Semana Santa, como nos pide el Señor, con amor y agradecimiento de todo lo que él ha sufrido por nosotros. Como nos exhorta la iglesia a través de la religiosidad popular, que ha de estar enraizada en las enseñanzas del Evangelio, dando testimonio de vida cristiana en la comunidad parroquial y municipal, y como nos enseña el Papa Benedicto XVI, en su nuevo libro ‘Jesús de Nazaret’, animándonos a encontrarnos con el “Jesús real” a través de las palabras y la acciones que el Señor pronunció a lo largo de su pasión, muerte y resurrección.
En nuestro pueblo la Semana Santa ha estado tradicionalmente precedida por la celebración del Viernes de Dolores. Es la Hermandad de los Dolores, formada únicamente por mujeres, la encargada del culto que se rinde a nuestra Madre Dolorosa. Ese día se celebra Solemne Misa y posterior procesión de su imagen por las calles del pueblo.
Comenzamos hoy las celebraciones de esta Semana Grande. La llamamos así siguiendo una tradición de siglos consagrados a recordar la Pasión de Nuestro Señor.
Esta mañana la liturgia nos ha recordado el jubiloso recibimiento que los niños hicieron al Señor, a su paso triunfante por las calles de Jerusalén, al canto de ¡Hosanna!, bendito el que viene en nombre del Señor. El Jueves, Viernes y Sábado Santo, la liturgia nos habla del Triduo Pascual o Triduo Santo, porque en él, Jesús culmina su gesta de salvación.
En la tarde del Jueves Santo, el mundo católico se hace cenáculo para recordar que Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la última cena e instituir el Sacramento de la Eucaristía o Sacramento de Amor.
El Viernes Santo, un dolor intenso desmantela los altares y ausentes de flores, aparecen desnudos. Los sagrarios abiertos, vacíos, señalan la ausencia del Señor. La liturgia se hace silencio. Su único símbolo es la cruz.
La liturgia más grande de la Iglesia, la que da sentido a todas las liturgias del año, es la vigilia Pascual. Con ella culmina la Semana Santa.
El Triduo Sacro, no termina en las tardes tristes del Viernes y Sábado Santo, culmina y florece en aleluyas de resurrección. Sin ésta, la pasión y muerte no serían redención.
Después de la resurrección, los discípulos, acompañados de María, volvieron gozosos a Jerusalén para llevar el testimonio de Cristo a todo el mundo. En esta misión de anunciar el reino de Dios estamos hoy llamados todos los cristianos y en ella, cofradías y hermandades tienen, sin lugar a dudas, un puesto de honor.
He intentado recordar con brevedad el relato de los hechos y actos de la Semana Santa. Solamente me queda invitaros a todos a que los celebremos y vivamos desde la fe y el amor, en las calles, en la iglesia y en nuestro interior. Si no queremos la Semana Santa para convertirnos a Dios, ¿para qué la queremos?
Con la túnica de Nazareno nos vestimos simbólicamente de Cristo. ¡Qué lo seamos de verdad mientras caminamos delante de su imagen, con él no valen farsas!
Pero mi pregón no sería completo si no recordara la pasión que hoy sigue sufriendo el Señor en sus hijos, nuestros hermanos. Pues ¿no conviven Cristos rotos a los que lastiman y entumecen el paro, la droga, la soledad, la falta de fe y de amor? La Pasión de Cristo no terminará mientras el siga sufriendo por todos nosotros ¿A quién ofende Cristo con su muerte clavado en la cruz?, ¿por qué eliminar este signo que solamente nos ha traído paz y amor? Nunca podremos celebrar con él la Pascua gloriosa, si no sentimos que en nuestro corazón, sin odios ni rencores, empieza a despertar el amor.
Que la Santísima Virgen que supo permanecer fiel a la cruz del Señor nos ayude y enseñe a vivir estos días como ella los vivió.
Muchas gracias a todos, y que así sea.